Rompimientos

Es como estar en subibaja, si el compañero se va, se acaba el juego

Lo que antes eran bromas y plácidas charlas, ahora son comentarios incómodos y silencios penetrantes. Sin poder precisar desde cuándo, los malos ratos han acaparado la mayoría de los momentos y una se ve forzada a aceptar que no se trata únicamente de una etapa, sino de una infelicidad crónica que había sido evidente para todos, excepto para quién la estaba padeciendo.

Una vez allí no hay mucho por hacer: podemos acostumbrarnos a estar mal acompañados, regresar al antiguo estatus de solteros o tratar de reconstruir la relación con lo que queda de ella, aunque ya se hayan desgastado aspectos tan difíciles de recuperar como la confianza, el respeto y las ganas de seguirse dando a la misma persona.

Hay muchas razones que pueden justificar un rompimiento: infidelidad, monotonía, falta de higiene personal etc., pero detrás de todas ellas subyace una sencilla razón: uno de los dos ya no estaba dispuesto a aguantar al otro. Aquello que se conoce como mutuo acuerdo es un eufemismo para decir que uno lo propuso y el otro no tuvo más remedio que aceptar. Y es que para iniciar una relación se necesita un consenso, pero para terminarla basta con que uno de los dos ya no quiera participar. Es como estar en subibaja, si el compañero se va, se acaba el juego y si además lo hace sin avisarnos, el asunto puede terminar siendo realmente doloroso. Cuando a una la cortan, en realidad la única decisión que tiene por tomar es qué va a hacer con su llanto, si soltarlo en frente de la ex pareja o contenerlo hasta llegar a casa.

Por el contrario, si es uno quien toma la decisión, la cosa tampoco resulta sencilla. Hay que encontrar el lugar y el momento adecuado, procurando elegir una fecha que no esté próxima ni al cumpleaños ni al aniversario, ni durante esa rachita en que al otro lo despidieron del trabajo o se le enfermó el perro. El inconveniente de ser tan considerado es que cuando uno por fin se decidió a dar la estocada ya es diciembre y nadie quiere ser el causante de una amarga navidad.

El asunto se puede posponer hasta que, sin darse cuenta, la boda es al día siguiente y entonces sí sería una descortesía echarse para atrás cuando ya está pagada la luna de miel. Claro que si se es de los que prefiere evitar las confrontaciones, siempre se puede recurrir al vil pero eficiente método de portarse como un cretino hasta que la pareja se harte y decida cortar con uno, o puede anunciarle su decisión por whatsapp o Facebook, claro que en este último caso lo más amable sería hacerlo por medio de un mensaje privado.

Cuando recién se escucha la sentencia, ya sea que nos lo digan tomando nuestra mano en un parque o nos lo dejen escrito en un post it, se siente como si literalmente le estuviesen arrancado algo del pecho y le dejaran un hueco supurante donde antes hubo un corazón. Durante los días posteriores a la tragedia, la piyama, los pañuelos desechables, el whisky y el chocolate se vuelven la mejor compañía para mirar por horas un celular que no suena, repasar mentalmente cada detalle de la relación o escuchar en loop las viejitas de Shakira. En casos más desesperados se acostumbra buscar al susodicho y sugerirle con la mayor dignidad posible que regrese, aunque con cada intento la dignidad se va haciendo más endeble.

Desde que estábamos en la secundaria y el compañerito con el que teníamos dos días de relación nos dijo que mejor sólo fuéramos amigos, uno entiende que romper se siente feo. Y ahora, si a esa edad parecía difícil ver al desgraciado pasar con alguien más los recreos, una separación se agrava si además de los recreos, hay que repartirse a los amigos, la casa, los niños o el perro. Entre más incluida esté la pareja en la rutina, los planes, proyectos y todo aquello que llega a considerarse como nuestra realidad, más difícil resulta separarse sin perder la noción de uno mismo.

Ante la incertidumbre de ya no saber ni quién es uno, ni dónde está, es común que los recién solteros busquen desesperadamente los rastros de lo que consideraban propio. De este modo se retoman prácticas que se suspendieron durante la relación como salir con los amigos, ir al gimnasio o invertir todo un fin de semana en calzoncillos viendo un maratón de Los Simpsons; y si de plano uno ya no se encuentra, no tiene más opción que reinventarse, de allí que unos se tiñan el cabello, se dejen la barba, renueven guardarropa o intenten cosas que nunca habían hecho antes como cocinar o tomar clases de tap.

Por otra parte, hay quienes en vez de encontrarse a sí mismos, lo que encuentran es otra pareja y empiezan a construir otra relación sin haber limpiado los escombros de la que demolieron, por ello no es de extrañar que las personas que no sueltan a la pareja sin antes haberse conseguido un reemplazo tengan el espíritu cada vez más lleno de clavos.

Volver a la soltería trae consigo la insólita posibilidad de ligar sin limitaciones, lo malo es que las relaciones destruyen muchas partes necesarias para gozar de nuestra nueva libertad, entre ellas, la capacidad para flirtear, por lo que es probable que por un tiempo uno termine bebiendo solo en la fiesta, arruinando sus citas o relacionándose con personas horrendas que fueron las únicas a las que no ahuyentamos con nuestras pocas habilidades sociales. Pero sin importar qué tan violenta haya sido la separación, a la larga uno se recupera del dolor, y cuando vuelve a ser un humano completo es capaz de reconocer que los rompimientos aunque abollan, no matan, y en ocasiones aferrarse a alguien es más pernicioso que dejarlo ir.

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