Tenía doce años la primera vez que un pervertido me metió mano en la calle. Iba en patines hacia la papelería cuando me tocó un seno al pasar junto a él. Me asusté muchísimo y patiné tan rápido como pude, no sin antes gritarle “viejo puerco”, porque a esa edad no me permitía siquiera pensar en groserías. Me sentí triste y profundamente confundida ¿por qué alguien habría querido tocarme? Si a la fecha no tengo curvas, a los doce era un absoluto espagueti, ¿cómo es que yo, una niña flacucha que se vestía como vato había despertado el deseo de alguien? En ese momento entendí que a los acosadores no les importa tu aspecto físico, si te encuentran atractiva o no, lo que les importa es el poder, quieren sentir que por un instante pueden dominar a alguien, infundir en otra persona el miedo y la misma sensación de insignificancia que muy probablemente los ha perseguido durante toda su vida. “Si me vuelve a pasar, me voy a defender…” Pensé ese día.
A los dieciséis volvió a ocurrir. Caminaba hacia mi empleo de medio tiempo, con los discman a todo volumen escuchando a Blink 182 “all the small things, true care, truth brings…”, de repente sentí un violento golpe en la nalga. Un ciclista pasó zumbando a mi lado. Mi mente se bloqueó al recordar la vieja impotencia de mi primer acoso y mi cuerpo respondió por mí, corriendo a toda velocidad detrás de él.
Hoy, al dar dos zancadas caería desmayada por el esfuerzo, pero en aquel entonces estaba en excelente condición y con el enojo sirviendo de combustible estuve cerca de alcanzarlo. Aun recuerdo su rostro cuando volteó hacia atrás y me encontró a unos pasos suyos. Vi desconcierto en sus ojos, su expresión era de miedo, supongo que por un momento pensó “¿Qué está tramando esta vieja loca?” Yo tampoco lo sabía y a la fecha no sé qué habría hecho de haberlo alcanzado. Por suerte, no sé si buena o mala, me caí antes de ponerle una mano encima y terminé en el piso, sofocada, con una pierna y el vientre raspado, los discman rotos y la humillación inundándome los ojos. Dos señoras se acercaron a ayudarme. Una de ellas dijo “es que no deberían de salir solas…”. Cuando le platiqué a mi familia de lo ocurrido, se molestaron “¿En qué estabas pensando? ¿Qué querías hacer?”, “No sé, quizá sólo demostrarle que sus acciones tienen consecuencias y que no siempre nos vamos a quedar sin hacer nada”. “¡Estás loca!” Sentenciaron mis papás. Uno de mis tíos sostiene que lo que intentaba era alcanzarlo para darle mi número.
Historias de ciclistas tengo más, pero la última que compartiré es de un señor de a pie al que se le hizo fácil apretarme una nalga esa mañana en que salí a correr (luego por qué una no hace ejercicio). Me detuve después de la agresión y el siguió caminando con toda la calma del mundo en dirección opuesta. Otra vez me poseyó algún espíritu suicida. Caminé hacía él y le dije “¿Qué te pasa imbécil? ¿Te crees muy machito?” Silencio. Di otro paso, él retrocedió. Luego, insultos y palabrotas que no sé dónde aprendí. Más silencio. Yo otro paso al frente. Él otro paso hacia atrás. Fueron segundos eternos los que tardó en reaccionar mi instinto de supervivencia “¡¿Pero qué estás haciendo Abril?!” Por un instante los dos nos detuvimos.
El tipo siguió caminando y yo huí en dirección opuesta, rezando porque no me siguiera. Las manos me temblaban y me sentía profundamente desequilibrada y estúpida. A la fecha me reprocho haber actuado de esa forma. Yo, mujer de metro y medio, estaba desafiando a un hombre adulto que ya había demostrado no tener el mínimo respeto hacia mi persona. Pudo haberme hecho daño. No lo hizo, quizá porque nunca había considerado que yo pudiera reaccionar así. No sé. A la fecha no me ha vuelto a pasar algo similar y ruego porque nunca me ocurra de nuevo. Me da miedo perder el juicio frente a algún cobarde que sí me responda. Entonces sí no sabría qué hacer.
Generalmente no te harán nada. Si te vuelve a suceder, vuelve los a enfrentar, honestamente no creo que nadie encare a alguien con más «huevos» que el. Bien que les hagas cara, espero no te vuelva a pasar y si pasa encaralos.
Me gustaMe gusta
Gracias 🙂 Yo también espero no me vuelva a pasar, si sí habrá que responder. El chiste es hacerles saber que no pueden violentarnos sin tener una respuesta.
Me gustaMe gusta