Que el 14 de febrero haya caído en Miércoles de Ceniza, es una casualidad que refleja un dilema moral de nuestros tiempos: por un lado, somos un país donde el 83% de la población se asume como católica y, al mismo tiempo, los cinco músicos más escuchados en México durante el 2017 hacen reggaetón . En otras palabras, los mexicanos somos persignados, pero nos encanta el perreo.
Visto desde la moral católica, el reggaetón sería algo reprobable; no por machista ni violento, -porque de esas acusaciones la Iglesia tampoco saldría bien librada- sino por sexualmente explícito. El reggaetón proclama la liberación sexual que el catolicismo se ha esforzado por reprimir; y, al parecer, los mexicanos encontramos un área gris en sus contradicciones: consentimos el sexo prematrimonial, pero nos casamos por la Iglesia y ponemos “Despacito” en la pachanga.
Considerando que el Miércoles de Ceniza es un día para la reflexión y el sacrificio -y no se come carne de ningún tipo- me pregunto: qué fue más concurrido en San Valentín: ¿los templos o los moteles?
“Ay qué feo es el machismo, pero es más feo el reggaetón”
Además de ser un pretexto para coger, los mexicanos tenemos otras maneras de celebrar el día del amor. Según datos de la Cámara de Comercio, los productos más demandados para el 14 de febrero son joyería, flores, dulces, perfumes, ropa y calzado, ¿notan el patrón? Los regalos “románticos” reproducen una visión patriarcal de la mujer, ésa que nos concibe como seres cursis, tiernos y, paradójicamente, desprovistos de deseo sexual. Aunque nos sorprenda, este estereotipo ha sido desafiado por uno de los géneros musicales que más se le acusa de machista.
“Soy feminista y bailo reggaetón” afirma Vania Castaños en su artículo: Si necesitas reggeatón ¡Date!, “y lo que nos diferencia del siglo pasado es que ahora nosotras estamos decidiendo mover las caderas. Nos parece que, justamente, apropiarnos de ese baile donde la mujer es quien lleva el control, es importantísimo…”
Quizá esta declaración es la que más preocupa a los críticos del reggaetón: ahora resulta que las mujeres son las que deciden a quién se le repegan.
A este género se le crítica por su lenguaje ofensivo y sexista. Se dice que la narrativa reggaetonera cosifica a la mujer y la convierte en un objeto sexual; lo cual es cierto, pero, también hace lo mismo con el hombre. En el reggaetón, todos somos instintos y deseo, somos cuerpo y ganas. En palabras de Alejandro Carrillo, articulista de Vice:
“A diferencia de la hipocresía del pop o del rock o de tantos y tantos géneros, los reguetoneros y reguetoneras, salvo excepciones, no se espantan por la sexualidad de las chavas, ni porque sólo quieran coger. Y las palabras sata, parga, geisha— o sea, puta— no necesariamente están dichas para juzgar…”
Seamos honestos: si el llamado a rechazar la música machista fuera genuino, se extendería a todos los géneros*, (y el rockerito que se ofenda, que se acuerde de La Ingrata…) Los que se quejan del contenido sexplícito del reggaetón, suenan a sus papás criticando el rock en tu idioma que escuchamos en nuestra adolescencia: ¿se acuerdan cuando Genitallica logró que todas las señoras de México se preguntaran quién iba a pensar en los niños? Bueno, ahora somos nosotros los que emulamos a Helen Lovejoy diciendo: “ay qué feas letras, eso ni es música”. En una sociedad que estereotipa, oprime y violenta a las mujeres, ¿por qué nos escandalizamos más cuando el machismo proviene de Maluma?
“Así se les dice, ma, nacos…”
En un ámbito completamente subjetivo como lo es la música, ¿quién determina lo que es “bueno” y lo que no? Si bien los géneros más populares suelen satisfacer los gustos menos exigentes, esto no necesariamente significa que la gente que los prefiere sea estúpida, ignorante o manipulable. La columnista Catalina Ruiz-Navarro explica cuál es el vicio social que subyace detrás de este prejuicio:
¿Si el reggaetón es tan malo, por qué es tan popular? ¿Por qué las disqueras deciden sobre los gustos de la gente? ¿Por qué es “la gente” una masa informe y estúpida sin capacidades para apreciar la “buena música”? Esa condescendencia con “el pueblo” imbuida en estas preguntas, es una muestra de clasismo.
El reggaetón surgió en los barrios bajos del Caribe, de allí que se le asocie con la pobreza y todo lo que esta condición de desigualdad implica. No obstante, Salvo Carlos Slim y otras 100 personas, todos estamos jodidos y oprimidos; por ello es común que para sentirnos mejor con nosotros mismos tratemos de denigrar al otro, a veces con argumentos tan triviales como lo son los gustos musicales. Decir que no te gusta el reggeatón es externar tus preferencias, pero argumentar que está mal o que es de nacos, es vomitar sobre otros tus propios complejos.
Duro contra el muro… de tus prejuicios
Tras casi una década de dominar la industria, el perreo se ha universalizado como el lenguaje del cuerpo y ahora es común encontrar este ritmo tanto en el arrabal como en las fiestas más fresas, -y el que nunca haya perreado es más por apretado que por exquisito-. Los que enuncian su “superioridad intelectual” sólo por preferir otro tipo de música, exhiben su intolerancia y lo poco que conocen sobre aquello que critican. Sepan de una vez que reggaetón hay de muchos tipos y aquella ola encabezada por Luis Fonsi, Enrique Iglesias y otros poperos resucitados no es precisamente la que mejor lo representa.
Más allá de esas rimas simplonas que indignan a Aleks Syntek y demás cñores, existen líricas que rozan en los linderos del porno, que hablan del sexo como es: con carne, fluidos y twerking. Deslizan, muerden y tuercen el lenguaje para montarlo en el dembow. Su discurso puede ser machista, pero también hay reggaetón feminista, lesbofenista y hasta cristiano, aunque quizá en ese ambiente se baile menos pegadito.
Gracias a su falta de tabús, hay quien opina que el reggaetón ha contribuido a la hipersexualización de las generaciones más jóvenes. Sin embargo, una aseveración así implicaría admitir dos hechos que hablan peor de nosotros que de los reggaetoneros: el primero, que hemos dejado la educación sexual en manos de la música y el entretenimiento; y el segundo, y más grave, que consideramos que los adolescentes son esponjas sin criterio ni pensamiento propio. Pensémoslo desde su punto de vista: por un lado, padres, iglesia y autoridad les inculca una moral que sataniza el sexo; por otro, gente que se ve mucho más feliz, exitosa y divertida que sus papás les demuestra que coger está increíble, ¿usted a quién le haría más caso?
Si nos preocupan tanto los embarazos adolescentes y las epidemia de papiloma, podríamos sacar al sexo del cajón de los pecados y abrirnos a la información; hablar, por ejemplo, de las otras formas de erotismo que no incluyen penetración, como los besos, el faje y esa opción maravillosa que ni siquiera involucra a otra persona. Por otra parte, no le pidamos al reggaetón más de lo que puede dar; ni la música, ni ninguna otra expresión creativa está obligada a educar, ni a transmitir un esquema de valores determinado, porque de hacerlo se convertiría en un medio de control ideológico y eso es precisamente de lo que venimos huyendo.
Mientras unos se desviven atacando al reggaetón, los reggeatoneros siguen perreando, cogiendo e ignorando supremamente a sus detractores. Este desenfado es parte de su éxito, representa a una generación que, a falta de futuro, se entrega al presente. Lo que a primera vista podría parecer un valeverguismo egoísta; coger, perrear y disfrutar de la piel, también implica un acto de subversión ante la moral impuesta. Y esa es el mayor mérito del reggaetón: invitar a la gente a que se apropie de su cuerpo y decida libremente lo que hace con él. El día del amor y la amistad, sólo uno y su pareja saben si van al motel antes, después o en vez de ir por ceniza.
*Cita textual del artículo, Si necesitas reggaetón ¡date! de Vania Castaños