Himno Nacional

Piensa ¡oh patria querida! que el cielo un soldado en cada hijo te dio

.

Nayeli aún estaba un poco dormida cuando abordó el microbús. Ocupó un lugar en el pasillo junto a una señora ojerosa y se puso los audífonos. El calorcito humano del transporte público siempre le daba sueño, abrazó su mochila y dejó que el vaivén de la micro la arrullara. Nayeli era de esas personas que pueden dormir en cuanto cierran los ojos y no despertaría hasta que su instinto le avisara que ya estaba por llegar a la secundaria. Gerardo y Tano esperaban la micro un kilómetro adelante. Tano fumaba un cigarrillo mientras miraba el kiosko de revistas. Un anuncio en el periódico llamó su atención.

-Mira güey, están ofreciendo diez varos por meterte al ejército…

Gerardo se acercó a Tano, quería leer el anuncio por sí mismo.

-Ya ni chingan.- Respondió Gerardo.- Si ofrecen eso es porque les han de poner a hacer algo bien culero.

-A mí se me hace que estaría chido ¿No? ganar ese varo no más por marchar y esas mamadas. Además, ese uniforme siempre se me ha hecho bien vergas.

-Ni te ilusiones, pendejo, porque ahí piden prepa y tú no tienes ni la secundaria- Gerardo le dio un golpe en la cabeza, y agregó – ¡Lástima, güey! Serías un buen soldado; estás tan pendejo que no más sirves para seguir órdenes… Ya ves, a mí se me ocurren las cosas y tú no más me acompañas y haces lo que te digo.

-No seas mamón, Gera, que sin mí no harías ni la mitad de lo que haces…

-Callate, güey, si ya sabes que yo soy el que manda; es más, si tú fueras soldado, yo sería tu general.

Antes que Tano pudiera responder, vieron la micro acercarse.

-Apaga tu chingadera…-Ordenó Gerardo.

Tano tiró su cigarro al piso mientras Gerardo hacía la parada.

-Acuerdate güey, déjame hablar a mí y no vayas a hacer ninguna pendejada.

-Sí, mi general. – Respondió Tano parodieando el saludo militar.

Subieron a la micro. Tano caminó hacia el pasillo y Gerardo se quedó pagando los pasajes. En cuanto empezaron a avanzar, metió la mano a su  sudadera, sacó una pistola y gritó:

-Ahora sí, hijos de la chingada, caíganse con todo o se los va a cargar la verga…

Gerardo amagó al chofer y le ordenó que siguiera manejando. Con la otra mano cogió el poco dinero que había en la caja de los pasajes. Tano, armado con una navaja, iba de fila en fila recogiendo carteras y celulares.

-¡Rápido! apúrense pendejos.- Decía Tano que, a pesar de ser quién amenazaba a los pasajeros, no era tan intimidante como Gerardo.

Nayeli despertó con el forcejeo de la señora ojerosa que intentaba liberar su monedero del resorte de su falda. Lo primero que vio al abrir los ojos fue una tosca mano sosteniendo una navaja. Asustada, trató de quitarse los audífonos para escuchar lo que veía, pero Tano no se lo permitió. Poniendo su boca casi sobre la suya, le dijo:

-¡Quieta, puta, o te mueres…!

Su aliento a ayuno y cigarros fueron un golpe fétido para Nayeli, que trató romper a gritos la pesadilla en la que acababa de despertar. Desesperado por callarla, Tano colocó la navaja sobre su cuello…

-!Qué te calles, pendeja! ¡Qué te calles!

Decidido a mantener ordenadas sus filas, Gerardo gritó una orden que retumbó en la cabeza de su saldado.

-¡Calla a esa puta, pendejo!

Sin más alternativa que lidiar con valor la orden del general, Tano clavó su arma en el cuello de su enemigo hasta hacerle callar. Cuando Nayeli se derrumbó sobre el piso, un eco de horror resonó en el microbús. Los pasajeros gritaban y la nerviosa navaja de Tano se tambaleaba haciendo surcos en el aire. Gerardo comprendió que sólo él podía hacerle frente aquel caos; apuntó su arma y le disparó en el pecho al soldado que había desafiado su orden de “no hacer pendejadas”. Después de matar a Tano, no hubo quién lo desobedeciera. El General abandonó el campo de batalla con la sensación de haber conseguido un laurel de victoria, al sonoro rugir del cañón.

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