Llegamos al mundo cuando la fiesta del progreso ya se estaba terminando, y como en todo after sólo nos tocaron sobras y decadencia. Crecimos con la constante amenaza de la devaluación, la inseguridad y el cambio climático, danzamos a ciegas en los linderos del fin. Lo que nos heredaron no es más que el cascajo de lo que fue. La realidad sólida se derritió, sólo quedan espejismos de superación que desaparecen en cuanto los tocas: vivimos en un tiempo que está dejando de existir.
A diferencia de los sólidos que son firmes y fijos, los líquidos y los gases tienen la cualidad de la fluidez: flotan y se escurren sin que podamos conocer su verdadera forma. Esta distinción fue llevada a la sociología por Zygmunt Bauman, quien llamó a nuestros tiempos modernidad líquida; aunque Pablo Fernández 💛 adaptó mejor esta idea al decir que el mundo no es líquido, sino que está liquidado.
Un mundo sin asideros
Desde la perspectiva de Zyggie, la realidad sólida, ésa en la que el trabajo, el matrimonio y las cosas duraban toda la vida, ha sido reemplazada por un mundo fugaz. Estudiar una carrera, tal como te aconsejaron tus padres, te conduce directo hacia el desempleo; el trabajo estable, (si es que llegas a conseguir uno) no te lleva a más allá que al fin de quincena. Apenas compras un celular y ya salió el modelo que lo deja obsoleto; crees que haces un nuevo amigo y se dejan de hablar antes de irse a tomar un café.
En un tiempo que se mueve más rápido que nuestra capacidad para asimilarlo, tenemos la certeza de que nada va a durar: ni los gadgets, ni los empleos, ni las relaciones. En palabras de Bauman: “La vida líquida es una sucesión de nuevos comienzos con breves e indoloros finales”.
Al saber que no tenemos bases ni asideros y que el futuro se desintegra antes de que lleguemos a él, la angustia es un sentimiento propio de nuestro tiempo. Parecería que somos una generación condenada a naufragar en la incertidumbre. Cuando la desesperanza nos arrastra a una velocidad aterradora, ¿qué es lo que evita que toquemos fondo?
Solo la amistad puede salvarnos
Igual que la nuestra, la vida de los demás también está en movimiento. Todos estamos a la deriva en espera de un puerto, pero esos anhelados puertos también se encuentran flotando. Nuestra tierra firme está tan hundida como nosotros, pero es nuestra y existe, lo que es más de lo que el mundo nos ofrece.
No necesitamos espejismos de un futuro que no va a llegar a ser, sino espejos de nuestra angustia. Otras existencias para hacernos compañía cada quién desde su propia confusión. Gente con quien vincularnos más allá de lazos genéticos que emparentan pero no hermanan, más allá de contratos rancios que legitiman una relación, pero no la afianzan. Necesitamos comprensión, compasión y plena consciencia de que todo eso sólo se obtiene cuando se ofrece. Las relaciones firmes (esas que resisten a la fluidez de nuestros tiempos) son las que se trabajan con el mismo corazón y paciencia con que antes se forjaba lo que estaba destinado a durar. En una época de relaciones efímeras, la amistad es una forma de permanencia.
En medio de esta vorágine, una charla y una cerveza con un amigo pueden ser nuestro recurso para detener el tiempo. Hablar hasta que las palabras le dan integridad al caos. Cuidarnos, procurarnos, escucharnos, reírnos y abrazarnos para sentir que tenemos de dónde agarrarnos. Unir esfuerzos con todas las personas que queremos y que como uno están en busca de algo que nos sostenga mientras encaramos un futuro que lo único que nos garantiza es más precariedad y tristeza. Comprar un terrenito entre todos los amigos, quizá puede ser nuestra única esperanza de retiro.
En una época en que las relaciones tienden a disolverse, la amistad es lo más sólido que podemos construir para sacarnos a flote. Nos tenemos los unos a los otros, así que hay que tratarnos bien porque, al parecer, somos lo único que nos queda.
La forma en la que describes este artículo, me impresiono, me hizo sentir las emociones de los jóvenes, que no la consideran muy esperanzadora en cuanto a su futuro. «Gente con quien vincularnos más allá de lazos genéticos que emparentan pero no hermanan» una frase fuerte pero real. La verdadera amistad fortalece en una época que les toca construir.
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