Ya había comprendido que lo único que tienen en común el amor y las flores es que tarde o temprano terminan por marchitarse
A Ale Mana
Ximena salió de trabajar y caminó sin rumbo por La Condesa, era el primer viernes en meses que no tenía una cita. Insólitamente no apareció algún espontáneo que le propusiera ir al cine ni ningún compañero se había ofrecido a invitarla a cenar: “Así que así se siente ser soltera…” se dijo resignada mientras pagaba con su propio dinero el helado que compró en el Parque México.
El día estaba colorido y cálido, parecía que el sol había salido para todos menos para ella. Buscó una banca en la sombra y se sentó a dejar el tiempo correr. No quería regresar a casa, ir a su habitación sin acompañante le habría recordado cuán sola se sentía. Revisó su celular una vez más, todavía no tenía ninguna notificación. Siguió mirando la pantalla, prefería eso que ver a las parejas sonrientes que había en el parque. “Pobres diablos” pensó “si no lo fueran, sus citas no serían en un parque”.
Un hombre viejo, de ésos que creen que al dejarse una melena van a disimular su calvicie, se acercó a la pareja que estaba en la banca de al lado. Si se fijó en él, no fue por la encantadora colita de caballo con que recogió sus quince canas, sino por la bolsa de plástico que llevaba en la mano de la que se asomaba un tulipán naranja. Ximena nunca había recibido una flor así. No es que le hubieran faltado flores a su vida, había recibido alcatraces, crisantemos, margaritas, girasoles, gardenias, gerberas, una extrañísima orquídea africana, una planta carnívora que le regaló el nerd que le hacía la tarea en la prepa y tantas rosas rojas que de haberlas juntado todas su casa habría parecido el jardín de la reina decapitadora de Alicia en el país de las maravillas; cosa curiosa, a Ximena no le gustaban las rosas porque le parecían propias del proletariado; según ella es la flor que le da el policía a su novia la sirvienta un domingo en la Alameda, es la figura obligada en el tatuaje de los vándalos y es el ícono de las producciones de Televisa de más bajo prepuesto. No le gustaban las rosas pero nunca se lo dijo a su exnovio que tantas le regaló. En cinco años de relación ésa fue una de las muchas cosas que Víctor no descubrió de ella.
Ha decir verdad, desde antes que se separaran a Ximena ya no le gustaba recibir flores. Tras tantas decepciones, sonrisas falsas y ramos que terminaron en la basura, ya había comprendido que lo único que tienen en común el amor y las flores es que tarde o temprano terminan por marchitarse; y no es que ahora las odiara, al contrario, le siguen gustando pero ya no tolera ver sus cadáveres flotando en un jarrón. También en eso las flores le recordaban al amor, a veces sabemos que es algo que ya está muerto y sólo nos queda sentarnos a verle pudrirse.
No habría nada de especial en haberse pasado la vida sin recibir un tulipán naranja sino fuera por lo que ello representaba para Ximena. Ella como muchas otras personas en el mundo, recibió su educación sentimental a través de música pop y chick flicks, entonces llegó a creer que el hombre de su vida sabría por absoluta intuición espiritual, propia de las almas gemelas, que su flor favorita era el tulipán y que su color predilecto era el naranja, al menos ése era en la época en que elaboró el absurdo decreto de que reconocería al amor de su vida porque sería el primero que le obsequiara un tulipán naranja. Pasaron los años y el único tulipán que hasta entonces había recibido fue durante sus vacaciones en Bueno Aires, donde Tulipán es una conocida marca de condones.
-Buenas tardes, señorita.- Preguntó el viejo de cola de cabello. Estaba tan absorta en el recuerdo de sus días en Argentina que ni siquiera se percató en qué momento se le había acercado.
-Buenas tardes.- Respondió lacónica Ximena.
-No le quitaré mucho su tiempo… sólo quiero hacerle una sencilla pregunta: ¿usted saben qué es esto?- El hombre abrió la palma de su mano y le mostro una piedra amarillenta con forma de ajo. Al confirmar que ella no haría ningún intento por responder continuó hablando:
-Señorita, esto que ve aquí es una semilla de una bonita planta holandesa…-
La respuesta era obvia, considerando que aún llevaba la bolsa con el tulipán, así que Ximena decidió mantenerse en silencio.
-Señorita, yo le vengo a ofrecer semillas de tulipán para que usted misma plante estas hermosas flores, verá qué bonito es verlas crecer cuando uno mismo las siembra, las cuida y les da amor.-
-No gracias.- Respondió sin regalarle ni una sonrisa al amable viejito abraza-árboles que tenía enfrente.
-¿Segura, señorita? Yo creo que una muchacha tan bonita como usted puede darle mucho amor a esta plantita.-
A través de las palabras del viejo, el Universo le estaba dando un mensaje que ella interpretó de la manera más negativa posible: “Si quieres un tulipán, siémbralo tú porque nadie te lo va a regalar. Tu soltería está escrita y lo único que podrás elegir será el color de tus gatos”. Quizá por ese malentendido su negativa se mantuvo firme y subió de intensidad.
-¡NO GRACIAS!- Respondió conteniendo un gruñido.
-Está bien, señorita; no hay necesidad de molestarse, el día está tan bonito que no más le falta una sonrisa suya para ser perfecto, ¿la parece si usted me regala una sonrisa y yo la dejo seguir disfrutando su tarde?…-
-Disculpe, no quise ser grosera pero…- Aunque se contuvo un momento, la dulzura en la cara del viejo la invitó a continuar.- Pero los tulipanes me traen recuerdos tristes…
-¿Usted triste? ¡No señorita! No hay muchacho que lo merezca…-
-No, no es eso, es que cuando era niña creía que el amor de mi vida me regalaría un tulipán…-
La expresión del viejo cambió de dulzura a sorpresa en un instante, el mismo instante que le tomó poner tras de sí el tulipán de la bolsa.
-Señorita, no sé qué decirle, me siento halagado pero este tulipán es para vender…-
-No, no señor, no traté de decirle eso…- Quiso explicarse y sintió el color subirle a las mejillas. Hacía mucho que nadie la sonrojaba.
-Además, yo no podría ser el amor de su vida, soy muy mayor para usted.-
-No, no dije eso… Olvídelo ¿sí?- Ahora sí se había molestado. Había sido rechazada por alguien a quien jamás se le habría insinuado.
-Sólo bromeo, señorita.- Dijo el viejo pillo. – Mire, no le puedo dar este tulipán, ni soy el amor de su vida pero le tengo una propuesta: Por lo regular estas semillas cuestan $15.00 pero a usted se la voy a regalar ¿Le parece un buen trato?-
Ximena aceptó y a cambio le regaló la sonrisa que el viejo le había pedido en un principio.
-¡Qué bonito es verla contenta!- Dijo al entregarle la semilla.- Siémbrela con amor y será un regalo de usted para usted…-
Acostumbrada a los regalos y las atenciones masculinas, la promesa de un tulipán había sido lo mejor que Ximena había podido recibir ese fatídico día en que temió que sus encantos hubieran empezado a marchitarse.
-¿Entonces? ¿Crees que seré una solterona?- Me preguntó cuando me llamó para contarme esa historia.
-Sí, lo serás, pero en vez de gatos estarás rodeada de tulipanes…-
-¡Claro que no!-
-Sí, puedo verlo, serás la señora loca del barrio que habla con sus flores y le grita improperios a la gente que mira su jardín.
-Jódete, claro que no, sí me casare, al menos un par de veces, mis bodas tienen que humillar a la de Marianita…-
Por si las dudas, Ximena compró una linda maceta y plantó la semilla convencida de que pronto germinaría el primer regalo del amor de su vida. Sin embargo, pasaron un par de meses y lo único que brotó fue su frustración. A parte de rechazarla, el viejo la había embaucado; su tulipán nunca sobrevivió al clima tropical de México y ya ni siquiera llegaría a ser la loca de los tulipanes; pero no todo fue tan malo, gracias a esta experiencia descubrió que le gustan las plantas y ahora ha comprado un par de cactus porque, según ella, son lindos y nunca piden más de lo que dan. Me alegra saber que ha empezado a valorar otra compañía además de la masculina, será entretenido verla convertirse en la excéntrica y dos veces divorciada loca de las cactáceas.