Durante mucho tiempo me resistí a la incontenible atracción que había entre nosotros, pero por más que traté no pude alejarme de él. De una u otra forma volvíamos a vernos. Luego apareció la oportunidad que tanto habíamos evitado y todo lo que contuvimos se desbordó con la fuerza de esos meses de espera. Fue un encuentro tan arrollador que no supe cómo reaccionar, una parte de mí quería huir mientras que la otra ansiaba cometer el mismo error… y lo único que hice fue mirar hacia otro lado cuando sonó su teléfono y apareció el nombre de su novia en la pantalla.
En un inicio pensé que terminaría en cuanto hubiéramos agotado esa pasión acumulada, pero como el fuego, en vez de extinguirse se propagó. Para ese entonces creía que podría salir ilesa de esto… Aún no comprendía que uno no puede provocar un incendio sin arriesgarse a quemar parte de sí mismo.
Mi resistencia se fue ablandando en la medida en que empezaron las palabras cursis, los mensajes de “buenas noches” y las citas en lugares públicos. Aquella vez que tomó mi mano al caminar, sentí que alcanzábamos a un grado de intimidad que rebasaba lo que ocurría en el dormitorio. Si alguna vez el remordimiento ensombrecía mi sonrisa, él lo alejaba dándome un beso que le anunciaba al mundo que en ese instante estaba conmigo. Y así era, aunque los dos supiéramos que al día siguiente estaría con alguien más.
Siempre tuve claro que cada minuto a mi lado era tiempo que le restaba a otra persona, sin embargo la química era tal que llegué a imaginar que su novia era sólo un mito. Nunca hablábamos de ella, pero se hacía presente en cada uno de nuestros silencios, como si estuviera esperando a que alguno de los dos se atreviera a nombrarla y darle voz en esta situación.
Inevitablemente la tensión creció y pasó lo que tanto habíamos postergado. Un pequeño descuido y el escenario de esta parodia se derrumbó. Lo que me esforcé en negar se hizo real y no pude soportar su peso. Me aplastó la culpa por lo que le hice a ella y sobre todo por lo que hice conmigo, por permitirme entregarme completa a sabiendas de que tendría que conformarme con la mitad. Aquellos momentos que antes me parecieron felices se mostraron como lo que eran: quimeras de un cariño fraudulento y me sentí como la pequeña Coraline cuando la bruja le revela la verdadera forma del otro mundo, sólo que en este caso fui yo quien trató de coser sus propios ojos.
Antes de irme, me dijo “no quiero perderte”, pero estaba claro que si había alguien a quien no quería perder definitivamente no era yo. Todavía hay mucho que no logro entender de esa situación: si la ama ¿por qué le hizo esto? o si ya no la ama ¿por qué se hace esto? ¿Por qué se aferra a seguir en una relación que no lo satisface? Algunas veces me digo que también él perdió la proporción de la situación y se involucró tanto como yo; aunque el resto del tiempo creo que simplemente se dejó llevar y jugó con fuego a sabiendas de que pasara lo que pasara sería el menos herido.
A pesar de todo, de lo que disfruté y de lo que me dolió, me siento agradecida por lo que me ayudó a descubrir de mí misma. A su lado fui la persona que tantas veces juré que nunca sería y también me demostré que en toda circunstancia puedo elegir quién quiero ser. A ella me gustaría decirle que lamento no haber considerado que podría lastimarla y espero que algún día se encuentre en una relación honesta e íntegra como la que todos merecemos. A él, sólo le deseo que halle esa felicidad que ha buscado sin éxito en nosotras. En cuanto a mí, poco a poco me he ido perdonando y ya acepté que nada florece en tierra quemada y al final, si me hubiera quedado donde estaba, a lo más que podía aspirar sería convertirme en ella… y bien merecido lo hubiera tenido.
Hay quienes se enamoran de la sensación y no de la persona, supongo.
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Sí, y qué difícil es aprender a discernir entre una y otra. Oye, qué susto me sacó tu nombre de usuario, jaja…
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